Hace apenas un año para la gran mayoría de nosotros era impensado visualizar un escenario como en el que nos encontramos inmersos en este minuto. Sumidos en la incertidumbre y la preocupación, al punto que es difícil recordar cuales eran nuestras grandes preocupaciones en ese entonces.
A partir de octubre hemos sido testigos y de dos momentos claves; el primero, un movimiento social que dejó al descubierto el descontento de importantes grupos de la población que padecían ( y padecen) problemas de diversa índole, muchos de los cuales se encontraban ocultos bajo cifras económicas que parecían alentadoras, pero que no satisfacían las expectativas y necesidades de quienes masivamente llenaron las calles. Todavía vacilantes respecto de cuáles serían las consecuencias de los hechos de octubre, desde diciembre se gestaba muy lejos una amenaza distinta, una amenaza sanitaria que en principio se veía tan lejana como el país en que comenzó, pero que pronto alcanzó dimensiones dramáticas y globales, con consecuencias aún inciertas en múltiples dimensiones. No sólo la salud física está en riesgo, la salud mental de todos está sufriendo una dura prueba. Se avizora un escenario laboral y económico sombrío, que se traduce en la pérdida o el temor a la pérdida de empleo, la falta de ingresos diarios de jefes de hogar que realizaban trabajos esporádicos, generalmente en condiciones de informalidad, entre otras nocivas consecuencias sociales.
Los efectos de la actual crisis de salud pública causada por la COVID-19 no llega a todos por igual. Muchas veces son los más vulnerables los que sufren de manera más intensa sus consecuencias. En el caso de nuestro país encontramos distintos grupos en esta condición; como los migrantes, quienes enfrentan mayores obstáculos para el acceso a servicios médicos, ya sea por el idioma o barreras culturales, los costos o la falta de información. También debemos incluir a mujeres, niñas y niños que padecen de abuso, quienes están más expuestos a un mayor control y restricciones por parte de sus abusadores, con pocos o ningún recurso para buscar apoyo. También están las áreas rurales, donde habitan una gran cantidad de comunidades mapuche, se presentan serias limitaciones para el acceso a la información, o también a la posible colisión entre las nuevas directrices sanitarias con sus costumbres o su cosmovisión, lo que también debe ser atendido.
Podemos ver que los problemas son multidimensionales y por lo mismo se requieren múltiples miradas y múltiples capacidades.
Por ello es fundamental que la generación que está en nuestra Universidad trabajando o estudiando se prepare para esos nuevos desafíos con el foco puesto en ser profesionales, en ser personas capacitadas para servir a la sociedad, que recibieron herramientas para ir en ayuda de quienes los necesitan. Nuestra región ya tenía muchas necesidades antes de esta contingencia y es muy probable que se agudicen. Si tenemos una mirada humanista, una inspiración cristiana, podemos enfrentar desafíos tan monumentales como los que vivimos hoy.
Para la UC Temuco es muy importante robustecer la formación integral de nuestros estudiantes, aún en escenarios de crisis, insistiendo en una educación ética de respeto, valoración a la diversidad y servicio comunitario, que orienta a eliminar toda forma de racismo y discriminación en nuestras sociedades, vinculando nuestra formación a las problemáticas sociales y sanitarias actuales de nuestro país.
Pilar Leyán Bravo
Dirección de Formación Humanista Cristiana
Universidad Católica de Temuco
Fuente: Boletín Vicerrectoría Académica